lunes, 13 de junio de 2016

6 CUENTOS 6

“Diario le digo que lo amo, y de nada sirve porque es sordo.”
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“Diario le digo que lo amo y él, educado y lacónico, me da las gracias.”
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“Diario le digo que lo amo y él, entusiasmado y agradecido, mueve la cola.”
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“Diario le digo que lo amo, no importa que no responda. Luego salgo corriendo del cementerio para llegar temprano al trabajo.”
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“Diario le digo que lo amo, excepto sábados y domingos. Sólo somos novios entre semana.”
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“Diario le digo que lo amo. Diario le digo que lo amo. Padezco ecolalia. Padezco ecolalia.”


martes, 7 de junio de 2016

Un intento más de decirte que te amo.

Sí, a diario te digo que te amo. Te lo digo en lunes para comenzar el día y la semana, para comenzar el ritual de no-me-olvides, para seguir con la tradición y la cantaleta de las tareas sin concluir y las noches en vela. 
Te digo y te diré mañana martes que te amo porque llegas a casa, a tu tierra donde habito, a tu ciudad que se consume de abandono. Te digo que te amo todos los miércoles porque el sol brilla a media semana y los pájaros me despiertan antes con su escándalo. 
Te digo que te amo los jueves y los viernes, te lo digo porque ya he olvidado que te lo dije cien veces el lunes. He olvidado cómo suena el teléfono, he olvidado que tu voz dice yo-también. Te digo que te amo en jueves porque fueron insuficientes las te-amo del miércoles. Y te digo que te amo los viernes porque quiero que sueñes conmigo en la noche: con mi voz en un eco suave que te arrulla.
Te digo que te amo tempranito los sábados porque corro a ocupar mis horas y no lo puedo decir en clase. Te digo que te amo los sábados en cada pensamiento que va para ti entre gises y borradores. Te digo que te amo en la tarde antes de que llueva y después, cuando siento los pies fríos y quiero que me los calientes. Te digo que te amo antes de dormir y ya es domingo. Ya estoy en mi cama y te digo que te amo en pijama y con los párpados ardorosos de sueño, pesados como piedras.
Te digo que te amo en domingo cuando el taxi me acerca a tu casa y elevo la cabeza como queriendo verla y no se puede. El domingo te digo que te amo entre acordes, batutas, partituras. Te digo que te amo en domingo en voz muy alta para que te alcance en el sauna, en tu rincón del alma. Entonces sucede algo extraño: todo mundo se percata de que te lo he dicho un millón de veces esta semana y rompen en aplausos para callarme; yo me inclino, agradecida, para engañarlos. Apenas silencian sus palmas y todavía —qué bueno— en domingo te digo que te amo. Todo para volver a empezar el lunes el ritual de no-me-olvides.

sábado, 4 de junio de 2016

Cartas

Aquella mañana salimos muy temprano, queríamos llegar a Achuchulco antes del desayuno. Ya sabes, las tías de Lorenzo te atrapan con su comida; sirven primero chocolate y pan, luego materialmente te obligan a comer tamalitos de elote con crema y quesillo fresco que ellas mismas hacen con la leche de sus vacas. Así que salimos a las cinco de la madrugada. Yo me venía durmiendo, cabeceaba y no lograba mantener los ojos abiertos, pero Lorenzo estaba muy pendientito del camino y manejaba hábilmente. Hacía un recondenado frío —sólo por eso no me quedé dormida del todo—, y además el camino todavía estaba muy oscuro. No sé cómo fue que nos perdimos y fuimos a dar ahí, al pueblucho de tres casas. Al parecer confundimos una desviación con otra y tomamos un camino que cada vez se hacía más y más  angosto. No sé por qué no dimos la media vuelta, no: seguimos. La carretera destruida y pedregosa provocaba que el auto se bamboleara en exceso, fue entonces cuando me abrí aquí en la sien con el filo de la ventanilla.
El resto ni Lorenzo ni yo supimos cómo sucedió. Cuando abrí los ojos —sí los tenía bien cerrados y estaba soñando—, tardé unos segundos en darme cuenta de que la luz ya no era parte del sueño, y notar que estaba amarrada y tirada en el piso de tierra de una casucha mínima, pobre y sucia. Entonces vi a una mujercilla de pelos de alambre grises y despeinados, de piel ajada por el sol y la edad, la vi encaramada sobre Lorenzo. Sentí náuseas cuando descubrí lo que en realidad le hacía al cuerpo inmóvil del desdichado; estaba desnudo y ella lo besaba, lo mordía, lo chupaba, lo estrujaba; él sudaba copiosamente, pero no podía defenderse, parecía como drogado o sedado. Fue en ese momento cuando la bruja me descubrió mirando la escena y arremetió contra mí. Se apartó de Lorenzo y tomó el primer objeto que encontró —el maldito sillín de palo que estaba a mis pies— y hasta que no quedara más que con astillas en sus manos, no dejaría de golpearme. Yo estaba a su merced, sin defenderme, sin gritar y a punto de perder el conocimiento cuando Lorenzo reaccionó por fin. Entre aturdido y atarantado como estaba, tomó un cuchillo cebollero de la mesa que era cocina y comedor a la vez, no sé cómo lo encontró entre tanto cacharro como había ahí encima. La vieja no se percató de esto, por eso Lorenzo tuvo tiempo de hacerse de fuerzas y con un ágil movimiento de arriba abajo enterró el cuchillo en el cuerpo de la mujercilla. Dicen que le atravesó las costillas los pulmones y el corazón. Recuerdo que abrió los ojos casi hasta expulsarlos de sus órbitas, abrió también la boca y escupió sangre sobre de mi cuerpo ya sangrante, de inmediato se derrumbó como un costal sobre de mi pie izquierdo desbaratándolo prácticamente.
Esta es la tercera operación que me hacen, y Lorenzo sigue preso. No se ha podido comprobar que el homicidio fue en defensa mía o suya… Sólo puedo escribirle, diario le digo que lo amo. Todo es inútil.