lunes, 28 de marzo de 2016

Una serie de encuentros infortunados

Chagall y Picasso


Marc Chagall (1887-1985), el gran pintor ruso de personalidad modesta y reservada solía tener sus opiniones y convicciones. Cuando abría su boca, fulminaba. El poeta Vladimir Maiakovski le dijo una vez: «querido Chagall, usted es un buen muchacho, pero habla demasiado». Rafael Alberti, quien fue un amigo muy cercano, decía que Chagall era un auténtico eslavo, irónico y muy divertido, protagónico como Picasso, pero de una mejor manera.

Chagall, devoto de sí mismo, se hizo de numerosas enemistades en el mundo del arte a lo largo de sus 98 años de vida: Malevich, Lizsisky, Cendrars, Miró, Mané-Katz, entre otros, fueron blanco de sus rencores. Pero fue Picasso con quien pasó por varios episodios que lo hicieron detestable para el ruso.

Hacia 1911 Chagall, que residía en París desde hacía un año, escuchó hablar de Picasso y pidió a su amigo Guillaume Apollinaire ser presentados: «¿A Picasso? ¿Tiene usted ganas de suicidarse? Todos sus amigos acaban así». Picasso era conocido en el medio como una especie de bully cubista producto de su gran ego; a Modigliani le envió de regreso ¡repintado! un cuadro que éste le había regalado, a Diego Rivera lo acusaba de plagio, y así con varios creadores más que lo amenazaban con su posible éxito.

Marc conoció a Picasso finalmente en 1923, pero no fue sino hasta 1948 en la Costa Azul francesa que se volvieron a topar. Picasso vivía en Vallauris, y su primer encuentro fue una mera casualidad, que le dio oportunidad al español para «burlarse» de Chagall: «¿me pregunta, amigo, que cómo conseguí gasolina si está racionada? Fácil, hay océanos de gasolina para quienes pueden pagarla». 

Nuevamente la casualidad acercó a estos dos a otro desastroso encuentro ocurrido en los talleres de cerámica Madoura donde ambos trabajaban; se cuenta que Chagall dejó una pieza inacabada y Picasso se tomó la libertad de terminarla, en su lugar, imitando su estilo. Cuando Chagall la vio no dijo nada, sencillamente jamás regresó al taller.Un año más tarde, Ida, la hija de Chagall organizó una cena para tratar de suavizar la relación entre los dos pintores, dada la proximidad con la que vivían, pero salió peor. Picasso, quien estaba de mal humor, en un tono mordaz conminaba a Chagall a regresar a Rusia: «usted que viaja tanto ¿cómo es que no ha vuelto a su Patria después de la guerra?», Chagall en un tono no menos incisivo respondió: «tal vez vaya después de usted mi querido amigo, tengo entendido que allá es muy apreciado, no así su pintura», y Picasso siguió: «veo que para usted es sólo cuestión de negocios, vaya, le vendría bien hacerse de una pequeña fortuna». Jamás volvieron a verse. 

Meses más tarde Chagall se encontró con Françoise, en ese tiempo la ex mujer de Picasso, y como no se había olvidado de aquel sangriento encuentro sólo comentó: «Este Picasso es un genio, ¡qué pena que no pinte!».